En estas jornadas, celebradas el pasado día 18 de junio, se han presentado los resultados de los diferentes análisis de vulnerabilidad al cambio climático realizados para las 6 explotaciones piloto de cultivos herbáceos en España, principalmente cereales, leguminosas y oleaginosas.

En base a estas evaluaciones se ha compartido con los agricultores información sobre las posibles medidas de adaptación que podrían implementar en los próximos meses. Durante la jornada se ha generado un debate enriquecedor entre los diferentes agricultores sobre las posibles medidas y soluciones para conseguir explotaciones más resilientes.

Las principales conclusiones presentadas fueron que los cultivos de cereales son muy vulnerables al cambio climático, no sólo por una decreciente disponibilidad de agua sino también por el esperado aumento de las temperaturas en el futuro próximo. Los principales indicadores agroclimáticos que afectarán a los cereales son las olas de calor a finales de abril y principios de mayo, momentos en los que temperaturas máximas por encima de 30º C durante 2 o más días afectan a los rendimientos considerablemente, al provocar un asurado del grano en su fase de llenado. Respecto a las oleaginosas, como el girasol, si bien es un cultivo más adaptado a los periodos de sequía, también se verá afectado por el incremento de temperaturas. El estrés térmico incidirá en un descenso del rendimiento por impacto en la floración y engorde de las pipas. Por otro lado, aunque el girasol tiene una buena resistencia al estrés hídrico, puesto que es capaz de mantener los estomas abiertos largo tiempo, requiere de una mayor acumulación de precipitaciones entre abril y agosto para un mejor rendimiento.  Por tanto el girasol también tiene una alta vulnerabilidad al cambio climático, si bien es menor que el cultivo de los cereales. Respecto al cultivo de forrajeras, si bien el principal impacto vendrá por un estrés térmico en el mes de mayo, intensas precipitaciones en primavera o tras la siembra, en noviembre, podrían afectar a estos cultivos. En principio las forrajeras son más resilientes al cambio climático.

En cuanto a las medidas de adaptación debatidas, se expuso que será necesario combatir el “Estrés hídrico” y para ello se propone tratar de mejorar la estructura y contenido en materia orgánica de los suelos, a través de: un laboreo más razonado (para evitar costras), que evite un volteo o arado en profundidad; explorar técnicas que permitan que el suelo mantenga agua y eviten suelos desnudos. Se propone además introducir elementos que aumenten la materia orgánica y biota del suelo: como barbechos, cubiertas, leguminosas, fertilización orgánica. En definitiva se trata de conseguir una mayor complejidad en el sistema: diversificar rotaciones y cultivos. Medidas como la plantación de setos y arbustos en las lindes, que pueden proteger a los cultivos de inclemencias climáticas (vientos, heladas) resultaron de alto interés para la mayor parte de los agricultores, y en mayor medida para los agricultores en régimen ecológico. Además se deben buscar variedades de cultivos más resistentes al clima, cultivares tempranos, variedades de invierno con necesidades moderadas de frío, que acorten el periodo de maduración, para evitar así que las olas de calor tempranas de mayo afecten al engorde de los granos o pipas. Favorecer relaciones entre sistemas ganaderos y agrícolas es otra de las medidas propuestas. Por último, pero no por ello menos importante, una medida propuesta es la reconversión a modelos de agroecología, un tipo de agricultura más preparada para afrontar el cambio climático.